Después de más de quince años de lucha infructuosa contra la ciudad de Numancia, el Senado Romano manda a Hispania, sobre el año 130 a. de Cristo, al victorioso general Escipión, que acababa de derrotar a los cartagineses y había sido coronado como triunfador en Roma. Escipión hizo construir una imponente obra de ingeniería bélica para que nadie pudiera entrar ni salir de Numancia, rodeándola de un profundo y ancho foso de nueve kilómetros de perímetro con un conjunto de campamentos militares y torres de vigilancia. Además arrasó los pueblos vecinos para que no pudiera llegarles ningún tipo de ayuda ni alimentos, lo que creó una terrible situación ya que el hambre se convirtió en el más fiero enemigo de los sitiados.
Los numantinos intentaron romper el cerco de mil maneras, pero todo fue inútil. El tiempo fue pasando y el hambre siguió creciendo, lo que hizo que en su desesperación llegaran a comer carne humana. Y la ciudad, ya sin esperanzas, fue llenando sus calles de cadáveres, por lo que tomaron la gran decisión final que cambió el curso de su historia.
La leyenda cuenta cómo la decisión de un muchacho valiente marcó el destino de Numancia, impidiendo que Escipión recibiera la corona de triunfador. Y la Fama logró que quedara fijado para siempre en la memoria el final de esta historia.